martes, 7 de septiembre de 2021

 La tela de arakné.

Hace cuatro años, en 2017, al regresar de la Septima Bienal Internacional de Arte Textil WTA en Montevideo, encontré que mi taller estaba atiborrado de hilos sobrantes de todas mis últimas obras, todas tamaño maxi.


Entonces decidí reciclar, haciendo cordones, y por supuesto, fueron cordones de todos los colores. 


Pensé que sería lindo imitar a las arañitas de mi jardin pero no para realizar una tela tan estructurada como las suyas, sino inspirándome en lo que queda de ellas, después que el tiempo y los vientos las fueron transformando.




 Para lograrlo, cada cruce fue una propuesta y un color diferente. 



 La tela fue creciendo, y llegó a medir un metro cincuenta por tres metros, con un peso de unos siete  kilos, porque sus hilos son cordones doblados realizados a mano con  hilo de cobre, y mezclas de hilados de algodón, poliester y viscosa,  unidos por costura con el mismo hilo de cobre. 













Muestro algunas fotos del proceso y también de su estructura final tomadas en el taller, 






y otras en el jardín, ya que  la obra admite muchos pliegues y transparencias. 











Agregué  una  que da cuenta del largo sobre un fondo negro, donde se puede apreciar por contraste  su verdadero colorido.


martes, 31 de agosto de 2021

 

De la correspondencia con Magali Sanchez Vera, "Buscando el color."

En 2009, Magali me decía:“El tejer se ha vuelto tan inseparable de mi vida que a veces no siento que haya límites entre la realidad exterior y la realidad que vivo entre las tramas y urdimbres, en mi pequeñísimo taller sobre la azotea de mi casa, donde me acompañan mis perros y gatos, y apenas entran mis hijas porque la soledad y la música son lo que busco, en este barrio viejo y gris, cercano al puerto.”

... Pero algunas cosas quedan como prendidas en el aire del taller, y tengo la impresión de que si no me las saco de encima, quedarían flotando hasta subir y frenarse en la claraboya, así que es mejor ir limpiando el ambiente de tales neblinas.



Cuando empecé este tapiz, marzo del 2003, fue casi “demasiado” sobre ruedas. El cartón me costó un poco, pero en los calurosos días de febrero se resolvió con unas pocas y caseras fotos, y una ampliación parcial en mala impresión y peor papel. Lanas, prácticamente sin comprar, la idea era utilizar todas las existentes porque están demasiado viejas y llenas de recuerdos y significados, así que llegó el momento de emplearlas para darles el verdadero lugar. Lanas heredadas del Maestro, de Soto, lanas rescatadas de prendas viejas de la familia, con el recuerdo de las manos grandes de mi tía y nudosas de mi madre, una deshaciendo la manga o el cuello de aquel buzo con ese marrón tan único; la otra ovillando y formando ese huevito tan perfecto entre sus manos, nunca una esfera como hace todo el mundo… y el mate interrumpiendo la tarea, y la radio sonando allá al fondo. Lanas traídas de Bolivia, mezcladas a las que fueron y volvieron, lanas teñidas a mano con mis alumnas aymaras, lanas compradas en el Alto, asomando en bolsas gigantescas donde casi semanalmente yo hundía mi cara para impregnarme de su olor y terminaba acostada entre ellas, de cara al cielo y rodeada por la risa de las cholitas. Siempre bajaba con algún color distinto entre los brazos, un día era alpaca, otro oveja, otro vicuña. Eran colores naturales, cada uno distinto al otro por pequeños matices de arena, marrón, negro, gris. Cada uno con su olor, con su peso y sus abrojos y pajitas pegadas. Y las recorridas por el Centro, comprando los ovillos teñidos en Perú y devueltos a La Paz, verdes, mostazas, marrones y más marrones. El negro con mezcla de gris y el gris con mezcla de negro. Los ovillos carísimos, de alpaca casi sin olor, y con un peso enorme, y al tacto, parece que siempre están húmedos, pero de una humedad extraña, no mojada. Y es el aceite natural, la grasa del vellón. Uno los aprieta y parece que estuvieran rellenos, pero casi no se puede hundir los dedos en ellos. La vicuña en cambio, esponjosa, muy cardada, sutil, volátil, tenue, para pensar en una tierra de horizonte, en un camino a la distancia. La oveja, siempre fiel y más rústica, de colores infinitos, de grosores de todo tipo, mezclada a sintéticos, pura, torneada, junto a hebras distintas. Marcas, tamaño, colores, todo es variedad. La oveja siempre pierna.  Los sintéticos, no queridos por mí pero siempre a mano por si falta un color intermedio, una hebrita para ese degradé que se vuelve difícil. Y el algodón! El peruano, sin duda el mejor, suave pero firme, muy torneado pero moldeable, de tintas insospechadas hasta hace pocos años. Accesibles. El brasilero más mercerizado, el chileno más basto. En fin, materiales que me acompañan desde hace treinta años, que se van acumulando porque más de dos metros ya es guardable. Y que en el momento de elegir para esta pierna o aquel pedazo de cielo, se van abriendo de las bolsas y cayendo sobre el piso, sobre una sábana blanca para hacer más neutral el fondo. Y allí empiezan a asomar: este ovillito usó el Maestro en “el Nido del Faisán” su mejor tapiz. Este rosadito lo usé en los pies del “Ala-Oso”. Éste me sobró de una reproducción para Ernestina, y este verde era de Gracia Cutuli. Empiezo a leer en las lanas los tapices reproducidos para juntar dinero y comprar mi telar. Las reproducciones de los Mancebo, que salían los bocetos de la cárcel a mi casa, y de allí convertidos en grandes Constructivos para Suecia. Mis propios tapices, dejando cada espacio tejido, una pequeña o gran huella de lana atrás. Algunas, compradas con la esperanza de ser el color perfecto y después descartadas, así que estaban intactas, en buenas cantidades. Otras, dejando pocos metros porque se gastó toda o porque había muy poquito. Estelas como telarañas que se cuelgan de las tramas tejidas y hoy se arrastran ante mis ojos, trayendo cada una su pedacito de historia. Uno mete la mano, revuelve, se deja convencer por puñados de colores, todos prometen dar ese que tengo en la cabeza,  exacto. Los tanteo, los huelo, los separo. Después… viene la urdimbre mandando y descartando. De los puñados quedan apenas cuatro o cinco, allí, sobre mi falda. El resto descartado se va amontonando alrededor, en desorden, para en algún alto al tejido, devolverlos a sus respectivas bolsas y naftalinas, prometiéndoles que “la próxima vez…”.

Y empieza a acercarse el color, nunca va a ser exacto al imaginado, pero algo se acerca, unas veces más que otras. Empiezo a probar las mezclas, a des-hacer las hebras, a des tornearlas, porque a veces están formadas por dos, pero se llega a seis o siete pequeñísimos cabos que uno va desgajando entre los dedos y dependiendo de la textura, se rompen a los veinte centímetros o permiten llegar a una gran hebra de un metro. Mezcla de cabitos, de hebras enteras, para formar una viable de ser tejida, a veces entran cinco o más colores. Y al final, después de pruebas y destejidas, allí está. Ese color, que de repente hace un centímetro y se retira para siempre, y nos costó desde el abrir las bolsas hasta el torneado personal de la hebra inventada. Y ya está. Ahora el proceso de vuelta, hay que inventar el segundo color. Y así sucesivamente, son cientos y cientos de invenciones casi siempre ocultas a los ojos posteriores. Solamente válidas para quien está en la búsqueda desesperada de ese tono que se resiste. Simplemente una veta de escasos centímetros en la totalidad de más de dos metros. Pero imprescindible, sin ella no venía la paz.

A veces me doy cuenta que el tiempo que se pone en formar hebras inventando colores, es mayor que el tiempo de tejido. Por qué esa manía mía de tener una paleta gigantesca, una orquesta sinfónica de colores, y no contentarme con ellos, ir a los derivados, a esas invenciones casi infinitas, para hacer centímetros ¿perceptibles para alguien que no sea yo?  Si Sosa teje con diez colores y Soto tejía con veinte, y lograban lo mismo o más todavía, por qué esa necesidad mía de apoyarme tanto en lo “oculto” del tapiz?  No lo sé, pero tampoco me propuse nunca cambiarlo. Mejor dicho, nunca podría tejer de otra forma, eso está clarísimo. Ese hacer las hebras con mi método, tal vez sea el preámbulo necesario para pasar de este mundo concreto de la materia a ese mundo irreal de la ilusión que promete cada tapiz. Mientras mis dedos manejan las lanas, mis ojos tratan de mirar para adentro y ver lo que estoy pronta a empezar, y tener claro la meta. Sólo para no llegar, obvio. Porque esto de tejer es como la utopía de Galeano. Sirve para volver a empezar, para seguir cada vez.

Me di cuenta un poco de esto el sábado, de tarde. Mate recién hecho. Un concierto de Rachmaninof, sol estable por la claraboya, el bunker solitario, silencioso y en penumbras. El taller como un fogón en plena actividad. El canasto gigante de marrones ya a mis pies, y yo mirando las lanas, me sonreí pensando “qué tarea más linda: de esta cantidad de hebras sueltas, de tan variados colores, tengo que construir un violín. Así nomás, como suena. Un violín, creíble, para Isabel que está sentada en el muro del Blanes esperándolo, y para quien lo vea después. De lanas construir madera… Linda tarea.”



La niña y el unicornio. El Oído. Para Isabel

 



 

 

 

 

 

  



 

 

 

 

 

 

 









jueves, 26 de agosto de 2021

 

Andrea Eimke es una artista alemana que vivió durante casi treinta años en la isla de Atiu, del archipiélago de las Islas Cook en la Polinesia. La magia de la Internet hizo que conectáramos y publicara un reportaje sobre su actividad con las tivaivai y los encajes en la revista Arte magazine dirigida por Alicia Haber.

Del extenso reportaje publicado, recupero una parte en la que habla de sus encajes, expuestos como “Tercer Espacio II” en la exposición Love lace, considerada una de las más significativas mostradas en el prestigioso Powerhouse Museum de Sidney, Australia, en 2012.

B.O.: Andrea, me interesan mucho  tus encajes, me gustaría ver fotos y  detalles, ya que para todos nosotros es una novedad el trabajo con las tapas.

A.E: En 2007, las Cook acababan de tener acceso al Internet de banda ancha. Una universidad nueva zelandesa (AUT, Auckland) nos ofreció cursos de estudios posgraduados extramurales. Me registré y decidí combinar mi material preferido polinesio, tela de líber (“tapa”), con mi técnica de bordado preferida, encaje, como medios para investigar la liminalidad permanente de una vida de emigrante voluntaria entre dos (o más) culturas. Volví a dedicarme a una serie de experimentos materiales y técnicas que me revelaron similitudes interesantes tanto con respecto al uso de las telas de líber como de los encajes en sus respectivos terrenos contrapuestos. Ambos materiales son tan difíciles y laboriosos de hacer, que se utilizaban como objetos de gran lujo, símbolos de riqueza pagana y sacra, y en ritos de veneración. Ni en español  (en que se confunde fácilmente con las tapas comestibles) ni en otro idioma me gusta usar la palabra de uso común “tapa”, porque cada idioma polinesio tiene su palabra propia para describir la tela de líber según su uso o el árbol del que se extrae.

B.O.: Donde aprendiste las técnicas del encaje, en los cursos de bordado en Dusseldorf, Alemania, o en la Polinesia?

A.E.: Aprendí las t


écnicas de encaje de aguja durante mi aprendizaje profesional de bordado en Alemania. En aquellos días, (a principios de los 80s) todo se hacía a mano y usar la máquina era casi como un crimen. La máquina de coser y yo n
La máquina de coser y yo n.os hicimos amigas solo después de empezar mi carrera artística en Atiu. Solamente me fui a un solo curso de bordado a máquina libre (sobre tela) en Australia en los años 90. Mucho de lo que hago hoy se basa en lo que aprendí entonces. Todos los conocimientos  – a mano y a máquina y las demás técnicas textiles, especialmente el encaje, me las he enseñado yo misma con la ayuda de libros o lo he desarrollado por ensayo y error.

  B.O.: me gustaría saber el grado de fortaleza que tienen esos tejidos, ya que los encajes son tan delicados...

A.E.: El líber más fino y blanco se obtiene de una especie de morera llamada Broussonetia papyrifera. Es la planta que en el Japón (donde se llama kozo y muy probablemente en la China y otros países) se utiliza para hacer buen papel.  El líber de plantas del moral joven (Broussonetia papyrifera), cuando es batido al máximo puede ser transparente y fino cómo el encaje (foto 1). En su estado mojado, el material es delicadísimo y se rompe fácilmente (foto 2). Pero al secarse, adquiere una fuerza sorprendente, debido a las fibras largas que lo atraviesan. En combinación con estabilizante hidrosoluble, los pude convertir en encajes parcialmente naturales y parcialmente cosidos a máquina (foto 3). Experimenté añadiendo fibras de otras plantas (Hibiscus tiliaceus) (foto 4), gasa de algodón (foto 5) y entretela no tejida de poliéster como material sintético más parecido a la tela de líber (foto 6).

B.O.: Veo que mostraste una instalación de tus encajes en Australia.

A.E: Si, pero aunque haya logrado exponer mi obra “Tercer Espacio II” en el prestigioso Powerhouse Museum de Sídney, aún me gustaría llevarla a otros países.  El efecto de la instalación en el Museo con sus muros negros es totalmente diferente al de la primera versión en la Casa Misionera del Colegio Teológico de Rarotonga, islas Cook.  Me interesa saber cómo podría cambiar su aspecto en otro ambiente, y lo que  los espectadores  pudieran recibir  y sentir  al verlo.

B.O.: He podido acceder a los videos de la exposición en Sídney, y tener una idea cabal de esto, me gustaría que me explicaras en español lo que dices allí…

https://www.youtube.com/watch?v=o-95x5LJ10A

A.E.:   Me alegro que hayas encontrado mis videos de la exposición en Sydney. Lo que digo en la entrevista es más o menos esto: hablo de usar materiales y técnicas provenientes de las dos culturas que enmarcan mi vida, la europea y la polinesia, para poder demostrar el espacio intermedio, entre las dos culturas, en el que vivo. Ellas son la tela de líber (tapa = polinesio) y – como  es un no tejido (non-woven) – su equivalente sintético, la entretela de polyester, la gasa de algodón (tejido = europeo), fibras de líber y el encaje hecho con hilo de polyester que los conecta. El encaje está hecho a máquina sobre un estabilizante soluble en agua que es necesario para soportar los puntos hasta que el encaje esté hecho. Una vez terminado, el encaje se mete en agua y el estabilizante se disuelve, dejando en el encaje solamente la fuerza de su soporte pero desapareciendo de vista. Es una buena imagen  de como veo mi función en este mundo insular de cultura diferente de  la mía. Había comisionado a un amigo para componer música que consistiera en sonidos de ballenas y pájaros kopkea que únicamente viven en nuestra isla, para  crear un espacio de audio  alrededor del visual, pero la composición resultó inadecuada para la instalación. Últimamente instalamos solamente el sonido de los pájaros. Se llaman kopkea (salangana, aerodramus sawtelli http://cookislands.bishopmuseum.org/species.asp?id=8265 ) y colocan sus nidos dentro de la oscuridad total del interior de una cueva subterránea (llamada anatakitaki – que suena como sus sonidos). Como dentro de la oscuridad no pueden ver, se orientan emitiendo unos sonidos chasqueados (suenan parecido a los delfines) y con un órgano sonar reciben la repercusión de las estalactitas dentro de la cueva que les dirige a su nido. Una vez que estuvieron instalados los sonidos, de repente me di cuenta del parecido de mis paneles de encaje con  las estalactitas de formaciones cristalinas a veces tan delicadas. Era cómo si los pajaritos estuvieran volando alrededor de nosotros por entre las partes de mi instalación.

 En cuanto a la tela de líber, siento que aún estoy al principio de un viaje de descubrimiento apasionante. Después de haber podido ver en los archivos del Museo Británico de Londres colecciones de “tapas” originales procedentes de la época de los navegantes como Cook y los misioneros ingleses, mi curiosidad continua en aumento.  Acabo de entregar mi aplicación de estudios de doctorado de arte y diseño a “mi” universidad. Espero  aún encontrar  revelaciones y asociaciones interesantes que puedan rescatar este material tan delicado y sin embargo tan durable y fuerte, de los sótanos de museo oscuros y del olvido de un pasado pagano a la luz de un desarrollo moderno y de una expresión artística de la vida contemporánea.